Vivir el Adviento desde el silencio
Tal vez estás buscando entre las ramas
aquello que solo aparece en las raíces.
— Rumi
Hemos crecido sumergidos en sociedades líquidas, acostumbrados a estar en constante movimiento físico, mental, visual y auditivo. El ritmo precipitado nos moldea en personas menos auténticas viviendo en la corteza de la vida. Al mismo tiempo, reconocemos en nuestro interior el anhelo de conquistar momentos de soledad y quietud…hacer un alto.
Paradójicamente, cuando al fin lo conseguimos, pasan pocos minutos antes de volver a tomar el teléfono o atraparnos en un diálogo de pensamientos. Nuestro corazón y mente no logran estar serenos porque mientras estamos en movimiento podemos huir de aquello que no aceptamos en nosotros mismos y que brota en el silencio.
Para adentrarnos en esta experiencia, es necesario permanecer quietos... sí, quietos. Esta difícil tarea de renunciar a la “productividad” por un momento y con humildad enfrentar el caos interno que aflora en nuestro ser. Solo así puede llegar la calma. Quien no está en contacto consigo mismo será influenciado por lo exterior. Por lo tanto, vale la pena hacerse esta pregunta: ¿Propicio espacios de silencio y quietud en mi vida? ¿Cómo me siento cuando estoy en silencio?
El adviento es el tiempo privilegiado de silencio y preparación para el nacimiento de Jesús. Para cultivar espacios de silencio en esta época podemos tomar algunos ejemplos.
El primero es el desierto, es decir, el lugar de sobriedad que nos permite tomar conciencia de la incertidumbre de la vida que no controlamos. San Juan Bautista comenzó su misión a orillas del río Jordán después de vivir la experiencia del desierto. El Adviento nos invita a reflexionar sobre la pesada carga de los excesos que hacen nuestro camino cansado. La sobriedad y el silencio nos frenan para centrarnos en lo esencial. Al liberarnos de lo superfluo descubrimos que, en nuestro interior, brota una profunda alegría.
Observemos a san José y la Virgen María. Ellos nos dan lección en el arte de decir poco y hacer mucho. Nos enseñan que, el silencio no es solo la ausencia de distracciones sino la contemplación de la obra de Dios en nuestra vida. María acompañó a Jesús en cada etapa y guardaba fielmente en su corazón todos estos recuerdos (Lc. 2, 5). Estar presentes para el otro, como dos amigos que caminan juntos sin conversar, o una persona que acompaña un enfermo, demuestra que el amor y el silencio están unidos. El Adviento también nos invita a ser y estar realmente presentes en la vida del otro, sin caer en la tentación de diluirnos en el frenesí vano que nos rodea. Te has preguntado ¿cómo y por quién estas gastando la vida?
Finalmente, el libro de Sabiduría nos recuerda que Dios nace en el silencio. Cuando un silencio apacible envolvía todas las cosas y la noche llegaba en mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente bajó del trono real (Sb 18, 14). Es ahí donde acaece la experiencia más profunda entre Dios y el hombre. Este nacimiento nos llena de esperanza, gozo y fuerza que nos impulsa a una nueva vida. Crecemos en la confianza que Dios nos acompaña a través de los acontecimientos de cada día por que Él es Emmanuel, Dios con nosotros.
Más que la ausencia de sonido, el silencio es un lugar de encuentro que nos detiene, ordena, restaura y crea. Volvemos a lo que es esencial. Que a ejemplo de san José y la Virgen María podamos prepararnos para recibir a Dios que desea nacer en nuestra vida.