LA ÉPOCA DE ADVIENTO
Oh Ven, oh Ven Emmanuel.!


UN VIAJE DE TRANSFORMACIÓN.

En el calendario cristiano, la época de Adviento suele marcar un periodo de preparación antes de la celebración del nacimiento de Jesucristo. Es un tiempo para la reflexión, el cambio de mentalidad y la práctica de actos de bondad. Las mismas ideas sobre la bondad y la generosidad se repiten en Tobías 4:7 y subrayan la importancia de ayudar a los necesitados.
 
Este versículo nos recuerda el verdadero espíritu del Adviento cuando lo leemos en el contexto de este tiempo. Nos recuerda que debemos mostrar misericordia y volver nuestros rostros hacia los desfavorecidos, en la misma intensidad que anticipamos con alegría el regreso de Cristo cada Adviento. De este modo, imitamos la bondad y el amor que encarnan las enseñanzas y la vida de Jesús.
 
La idea es que la preparación para el advenimiento de Cristo en esta temporada se convierta en un viaje de transformación del corazón, más que en una mera observancia formal.  La conexión entre el Adviento y Tobías 4:7 refuerza aún más esta idea. En él se invita a los creyentes a imitar las cualidades de compasión, comprensión y bondad para reflejar el amor que Dios ha mostrado a la humanidad al dar a su Hijo. Se nos invita a ser reflejo de todas esas hermosas luces que tanto abundan en este tiempo de preparación para la Navidad. Lo hacemos cuando volvemos nuestro rostro hacia los menos afortunados, cuando trabajamos por una mayor inclusión, compasión y bondad hacia todos.
 
Ahora es el momento perfecto para practicar la virtud y utilizar nuestra influencia para hacer del mundo un lugar mejor. Se trata de incorporar físicamente a los desfavorecidos a nuestras oraciones, obras y pensamientos. Esto requiere un ajuste mental que puede comenzar con simples actos de bondad e ir más allá. Estamos llamados a reconocer que las personas necesitadas no son extraños, sino nuestros hermanos y hermanas que comparten el mismo valor intrínseco que todos nosotros. Esos pueden ser los primeros pasos efectivos para cambiar el mundo, paso a paso.


    LA LLAMADA DE LOS PROFETAS.

Voces más lejanas parecían acercarse en el enigmático crepúsculo de un lugar sagrado, calentando los alrededores y generando una atmósfera de triunfo. Sin embargo, esas mismas voces también advertían contra la tentación de tomar decisiones que pusieran en peligro el antiguo deseo de los fieles de encontrarse con el fenómeno que aún no tenía nombre pero que, evidentemente, estaba en la mente de todos. Las antiguas palabras de los profetas conmovieron los corazones de los creyentes. Sus voces surgieron de las profundidades de tiempos pasados, resonando a través de los años con mensajes de redención, arrepentimiento y la inminente llegada del tan esperado Salvador.

El primero que se destacó fue Isaías, una figura tan compleja que algunos afirmaban oír un canto polifónico cuando escuchaban su voz. Sus profecías devolvían la esperanza a los corazones cansados. Sus palabras tocaban la fibra sensible de la necesidad de redención y de un Mesías que iluminara los lugares oscuros. Los devotos se aferraban a sus palabras, confiando en la esperanza de la salvación.


El "profeta del llanto", Jeremías, estaba al borde de la devastación. Habló de la inminente destrucción de Jerusalén en sus lamentos lastimeros. Sin embargo, su grito de arrepentimiento resonó, implorando al pueblo que volviera al camino de la justicia, incluso ante la inminente condena.

El visionario profético Ezequiel vio el esplendor de la presencia de Dios en medio de la confusión del exilio. Sus predicciones contenían palabras de advertencia, juicio y un elemento de esperanza para el retorno de Israel. Predijo la curación de los quebrantados, la reunión de los dispersos y el establecimiento de una nueva alianza.

Las predicciones de Joel sacudieron al pueblo desobediente como una tempestad, infundiendo miedo en sus corazones. Sin embargo, subrayó la importancia del arrepentimiento, así como la seguridad de la bondad y la restauración de Dios bajo las resonantes advertencias. Urgió al pueblo a dejar atrás sus pecados y aprovechar la oportunidad de salvarse.

Después, escucharon a Jonás, el engullido por el enorme animal acuático y expulsado a las costas de Nínive. Su relato, que sirve de ejemplo de la interminable bondad de Dios, conmovió los corazones de muchas personas durante generaciones, incluidos los que tenían dudas sobre esta asombrosa narración. Sirvió como ejemplo del poder transformador del arrepentimiento y como recordatorio a los fieles de la capacidad de Dios para perdonar incluso a los más rebeldes.

Los fieles se reunieron con impaciencia a medida que el Adviento llegaba a su punto culminante. Había llegado el momento de que se cumplieran las profecías y naciera el niño que salvaría a la humanidad. Las predicciones se habían cumplido y sus voces se mezclaban para crear un mosaico de restauración, cuidado y esperanza.

Y así nació el Mesías largamente esperado en medio del humilde pesebre, en la tranquilidad de un rústico establo. El pequeño, vestido con pañales, resumía la realización de todas las profecías. La luz que portaba era tan delicada y pura que todos los que la miraban, fueran de donde fueran, se daban cuenta de que era el niño era la Luz en sí misma y no solo su portador. Con su nacimiento, se estableció una nueva alianza, que prometía la redención a todos los que creyeran y marcaba el comienzo de una existencia totalmente nueva.

Estas lecturas proféticas del Adviento se utilizan en la Iglesia católica para recordar el camino que conduce a la salvación. Exhortan a los fieles a apartarse de sus pecados, pedir perdón y aceptar la redención y la esperanza que vienen de la primera y la última venida del Mesías. Los creyentes siguen oyendo estas viejas voces que les hablan, les guían y les inspiran mientras esperan que el plan de Dios para la humanidad llegue finalmente a su cumplimiento.