Solidarité sans frontières

Pedro Perna

¿Qué ves cuando te miras en el espejo? ¿Alegría? ¿Belleza? ¿Luz? ¿Esperanza? Todo depende de los ojos que miran y del espejo que refleja.

En 2010, un grupo de personas que trabajaban con niños en situación de riesgo social en el barrio marginal de Kibera, en Nairobi, les hizo esa misma pregunta. Ninguno de los niños dio respuestas positivas. No veían ni alegría, ni belleza, ni esperanza.

Este grupo de adultos, guiado por Thomas Nyawir, decidió que esos niños merecían ver algo mejor. Así nació Mirror of Hope (en español, el Espejo de la Esperanza).

El propio Thomas tuvo una infancia muy difícil. Como muchos niños en Kenia, su familia no tenía los medios para pagarle la educación secundaria. Gracias a la ayuda de un benefactor anónimo, pudo terminar sus estudios. Esta experiencia lo marcó profundamente. Se convirtió en su misión personal: ayudar a otros niños que enfrentan desafíos similares.

Así fue como fundó y se convirtió en el director de Mirror of Hope – MOH (https://mirrorofhopecbo.org/).

Lo que comenzó como una iniciativa local ha traspasado fronteras. Hoy, MOH no solo mejora el acceso a una educación de calidad, sino que también desarrolla proyectos de emprendimiento y crea oportunidades para un futuro mejor para niños, jóvenes, mujeres y hombres en situación de vulnerabilidad en los barrios marginales de Kibera.

Alianza y solidaridad

Para apoyar estas iniciativas, las alianzas internacionales son fundamentales. Uno de esos aliados es la Fundación Le Pont (https://www.facebook.com/lepontentrenous), con sede en Quebec, Canadá. Su colaboración ayuda a asegurar la continuidad y el impacto a largo plazo del trabajo de MOH.

Con el fin de fortalecer los lazos, Thomas viajó recientemente a Canadá en una visita de vinculación, y aprovechó la oportunidad para vivir la solidaridad con un sabor típicamente canadiense. Con gran generosidad, participó en cuatro actividades clave en el Patro Roc-Amadour (https://patrorocamadour.ca/): colaboró con el equipo que descarga varias toneladas de donaciones para distribución alimentaria; ayudó a repartir esos mismos alimentos a unas 90 familias; participó en la Popote Roulante (Comidas a domicilio), entregando comidas calientes a personas mayores o con discapacidad; e incluso ayudó a recoger fardos de heno para el huerto comunitario de la institución.

Qué hermoso recordatorio de que la solidaridad no tiene pasaporte ni fronteras.

Desde la tierra roja de Kibera hasta las veredas nevadas de Quebec en invierno, la solidaridad nos une a todos en un solo corazón.

El viaje de Thomas no es solo suyo: es el viaje de cada persona que se atreve a creer que el futuro de un niño vale la pena, que el hambre de un vecino importa, que la esperanza puede sembrarse y cosecharse en cualquier lugar.

Sigamos tejiendo estos hilos de conexión humana a través del trabajo, las historias y los sueños compartidos. Porque cuando nos miramos juntos en el espejo de la esperanza, ya no veremos ni desesperanza ni barreras. Veremos el reflejo de una sola familia que construye un mundo donde cada quien, sin importar su origen, pueda decir: «No estoy solo».

¿Solidaridad sin fronteras? Sí — con alegría, coraje y la convicción de que el amor en acción lo cambia todo.