Los "Yo Soy" de Jesús
En este tiempo de Pascua, los "Yo Soy" de Jesús nos llaman a ser discípulos que escuchan, aman y siguen

El Evangelio de Juan, con su lenguaje íntimo y trascendente, ilumina este tiempo de Pascua como un faro que nos guía hacia el Corazón del Resucitado. Es el Evangelio, la memoria misma del “discípulo amado” (Jn 13:23), figura que nos invita a reclinar nuestra cabeza junto a Jesús, no como espectadores, sino como amigos que “permanecen” (Jn 15:4) en su Palabra.
En la aurora de la Resurrección, mientras María Magdalena llora ante el sepulcro vacío, el Maestro rompe el silencio con preguntas que siguen teniendo eco hoy: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? (Jn 20:15). Hoy, en medio de incertidumbres y realidades que abruman, su voz resuena igual de clara: ¡Ve y anuncia! ¡En Galilea —en la periferia— me verán! (cf. Jn 20:17). Estamos en Pascua: la muerte ha sido vencida, y el Evangelio de Juan nos urge a no olvidarlo.
Los "Yo Soy": siete declaraciones que revelan la identidad de Jesús y su misión, como eco de la zarza ardiente («Yo Soy el que Soy», Éx 3:14). Formas en las que la comunidad de Juan recordaba a Jesús, su misión, divinidad y cercanía.
1. "Yo soy el pan de vida" (Juan 6:35, 48)
Jesús pronuncia esta declaración tras la multiplicación de los panes y los peces (Juan 6:1-15), cuando la multitud lo busca por más alimento corporal. En Cafarnaúm, enseña en la sinagoga comparándose con el maná del Éxodo, pero como el ‘pan vivo’ que da vida eterna. Muchos discípulos lo abandonan por la dureza de su enseñanza sobre comer su carne y beber su sangre (Juan 6:51-66), prefigurando la Eucaristía.
En un mundo donde las personas buscan satisfacción en el consumismo, el éxito o las ideologías, Jesús sigue siendo el único capaz de saciar el hambre espiritual. Este ‘Yo soy’ nos llama a redescubrir la Eucaristía como fuente de vida, y a compartir la alegría del Evangelio como alimento para un mundo hambriento de propósito. Si de verdad creemos que Jesús es el pan de vida, sus palabras no nos dejarán indiferentes, y estaremos convocados a vivir la generosidad, compartiendo recursos materiales y espirituales con los menos afortunados.


2. "Yo soy la luz del mundo" (Juan 8:12; 9:5)
Jesús habla durante la Fiesta de los Tabernáculos, cuando se encendían grandes lámparas en el Templo, recordando la columna de fuego que guió a Israel por el desierto. Declara que Él es la Luz que ilumina a todo hombre, en contraste con las tinieblas del pecado y la incredulidad de muchos.
Nosotros, discípulos misioneros, debemos reflejar esta luz llevando la verdad del Evangelio a un mundo en oscuridad. Más adelante, en Juan 9:5, Jesús reafirma ser la luz verdadera antes de sanar al ciego de nacimiento, mostrando su amor para dar luz física y espiritual, desafiando la ceguera espiritual de los líderes religiosos.
Este «Yo soy» nos interpela a:
• Ser testigos de la verdad en debates éticos actuales —como la política, justicia social, ecología, inteligencia artificial, entre otros.
• Iluminar con amor y claridad, no con confrontación, llevando esperanza a marginados y periferias.
3. "Yo soy la puerta de las ovejas" (Juan 10:7, 9)
Jesús es el único acceso a la salvación y a la vida abundante, en contraste con los falsos líderes piadosos («ladrones»). A través de Él, como Puerta, entramos a la vida verdadera y abrazamos a un Dios bueno y misericordioso que nunca se cansa de perdonar.
En un mundo donde ideologías, gurús o sistemas prometen salvación (bienestar personal, utopías tecnológicas), Jesús sigue siendo el único camino a la vida plena. Debemos recordar que Él es la Puerta, y la Iglesia no puede cerrarle el paso a nadie que quiera ir por Él. «Todos, todos, todos» estamos convocados a caminar junto a Él.


4. "Yo soy el buen pastor" (Juan 10:11, 14)
En la línea de los profetas, Jesús se presenta como el Buen Pastor que cuida, protege y da su vida por sus ovejas, conociéndolas íntimamente, a diferencia del asalariado que las abandona. Un Pastor que no vacila en ponerse frente al peligro —incluso ante la pena, la cárcel, el sufrimiento y la muerte— para que ninguna de sus ovejas amadas se pierda.
La Iglesia, comunidad de discípulos misioneros, debe imitar a Jesús:
• Cuidando a otros con amor servicial.
• Guiándolos hacia Él, buscando a las “ovejas perdidas” para llevarlas al redil, a los pastos verdes de la vida.
5. "Yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11:25)
En un mundo que enfrenta pérdidas por tragedias naturales, guerras y escandalosa pobreza —y donde muchos temen a la muerte o buscan evitarla a cualquier costo—, Jesús ofrece esperanza en la resurrección. Él nos desafía a “resucitar” vidas rotas, ayudando a quienes están atrapados en la desesperanza o la pobreza. Ser como el pan partido, formado por granos molidos y amasados, para ser tomados, bendecidos, partidos y comidos, y así dar vida. Tal como Jesús nos da vida continuamente, soplando su Espíritu que nos empuja constantemente a la salida misionera.


6. "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6)
El que cree en Jesús y sigue sus pasos no temerá, aunque las dificultades hagan tambalear la fe. No se trata de no dudar, ni de evitar el dolor o la angustia, sino de zambullirse en plena confianza en el camino de Jesús.
7. "Yo soy la vid verdadera" (Juan 15:1, 5)
“Mi mandamiento es que se amen unos a otros”, dice Jesús. Este amor se mide en términos de sacrificio por el otro, obediencia, misión, compromiso y fidelidad. Aunque haya fallos humanos y las piernas tiemblen, debemos ser fieles a ese amor.


Estos «Yo Soy» no solo revelan a Cristo, sino que definen nuestra misión:
• Proclamar que Él responde al hambre, la oscuridad y el miedo.
• Vivir como reflejo de su amor en un mundo fragmentado.
• Depender de Él como la vid que da vida.
¿Y tú?
1. ¿Cuál de estos «Yo Soy» resuena más en tu vida como discípulo misionero?
2. ¿Cómo te desafía hoy Jesús a salir de tu «Galilea» para anunciar esperanza en las periferias?
