Olvidamos que nosotros mismos somos tierra: Los desplazados por el cambio climático
Entre el 2017 - 2020 trabajé con comunidades pesqueras del municipio de Marcovia, Choluteca Honduras, conocido como Cedeño, impulsando procesos de desarrollo de la organización comunitaria. En una de las comunidades llamada Santa Cruz, no sé si en el fondo los nombres anuncian los viacrucis y penurias que les toca vivir, pero lo que sí es cierto es que este pueblo, cada invierno y verano, tienen menos condiciones para vivir. Las construcciones han tenido que “adecuarse” para las fuertes inundaciones que se dan en el lugar; la sequía impide el trabajo y el monocultivo de caña de azúcar o melón pone en riesgo la soberanía alimentaria.
En otra localidad cercana a Santa Cruz, vive Maricela, era la segunda generación de mujeres que tenían un restaurante frente al mar. Hoy el mar se tragó su negocio y cuatro manzanas más, sepultando los sueños y esperanzas de un sitio donde hay muy poco trabajo, dejando como única opción desplazarse a otras zonas u otros países.
La realidad de la que no se habla, la de los desplazados climáticos, aquellos que salen quizá con dos o tres láminas, alguna gallina, una cacerola en “matatas”1, es la suerte de al menos unas mil familias en las playas de El Venado, Boca del Río y Cedeño, donde el mar ha avanzado a tierra firme. Según la ONU/ ACNUR, en el informe 2023, sobre Clima y Desarrollo en Honduras, se prevé que entre 40,600 y 56,400 personas se verán forzadas a movilizarse dentro del país para el 2050, debido a las condiciones que está generando el cambio climático.
El Secretario de Naciones Unidas apuntó directamente a los gases de efecto invernadero generados principalmente por la quema de combustibles fósiles. El océano ha absorbido más del 90% del exceso de calor atrapado por los gases de efecto invernadero. Sin duda, asistimos al colapso ecológico, unos con sus “matatas” y otros con total indiferencia como traje de gala.
Es importante recordar las palabras del Santo Padre, en las que, para mí, es una de las más bellas encíclicas, donde nos recuerda el papel que deberíamos vivenciar quienes nos asumimos cristianos: "Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que 'gime y sufre dolores de parto' (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta; su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura" (Papa Francisco, 2015, Encíclica Laudato Si’).
En la toma de conciencia y la denuncia profética, al lado de los pobres y con los empobrecidos desplazados climáticos es que debemos hacernos uno, para denunciar los efectos concretos que produce en el sur global, las empresas industriales del norte global.
Mientras no avancemos hacia una transición ecológica justa, un cambio de modelo de producción y sistema que ponga en el centro la vida, no solamente humana si no la de todo el planeta, asistiremos al colapso ecológico unos indiferentes, y otras huyendo con sus metates de sus comunidades, similar a como lo están viviendo las comunidades de Cedeño. En nosotros y nosotras también habita la tierra.
1 “La matata es una bolsa hecha de pita de nylon o yute que se utiliza en la zona rural por los campesinos de El Salvador y el sur de Honduras, tiene su origen en el vocablo Náhuat, MATAT