Juan el Bautista: Voz de los sin voz en el desierto
En tiempos de incertidumbre y cambio, se hace imprescindible escuchar la voz de los profetas, aquellos que, como faros en la oscuridad, anuncian la vida y orientan nuestro camino. La voz de los profetas nos recuerda que, aunque las tormentas puedan azotar nuestras vidas, siempre hay un cauce que nos lleva hacia la plenitud, pues todos los ríos desembocan en el mar. Empecinada esperanza del profeta, que mira con ojos cautivados la fuerza de la semilla que brota y rompe la tierra. El profeta nos señala la gracia que crece en la noche de los desvelos. Es crucial que prestemos atención a estos mensajes, que nos permitan discernir el rumbo que debemos seguir.
Entre estos profetas, destaca Juan el Bautista, el profeta del Adviento. Su mensaje resuena con fuerza en nuestra búsqueda de significado en medio de la crisis de sentido que enfrentamos. Al prepararnos para la llegada de lo nuevo, Juan nos invita a abrir nuestros corazones y a reconocer la importancia de la transformación. Él no solo proclama el arrepentimiento, sino que también nos llama a vislumbrar la luz que se aproxima, una luz que nos invita a la acción y a la participación.
Juan es “la voz que clama en el desierto”, lugar de destierro y exilio, ofreciendo un canto a la vida y a la esperanza, un eco que resuena en la línea profética de Isaías y Ezequiel. La predicación del Bautista, nos habla de la vuelta de los desterrados y exiliados, de la expectativa ante el cambio inminente; nos invita a la transformación de lo pequeño y a la transfiguración de la realidad, desafiando la agonía del poder que parecía eterno.
Ante la pregunta "¿Qué debemos hacer?" (Lc 3,12-14), el profeta Juan responde a diversos grupos: primero, la muchedumbre expectante, llena de anhelos; segundo, los publicanos, recaudadores de impuestos; y tercero, los soldados, probablemente romanos, representantes de la dominación y el poder. A todos ellos, Juan les exige preservar la justicia y el derecho, recordando la importancia de la solidaridad como voluntad de Dios, el deseo de que todo lo creado viva en armonía. No se trata de romantizar la pobreza ni de un simple discurso populista que derroque al tirano. Se trata de estar atentos a las llamadas del cambio, de vigilar la vida que palpita, contemplando los signos de un Reino que llega hoy.
El profeta Juan no se autoproclama salvador; él señala al Cristo, al Mesías liberador y a los signos que su inminente llegada trae consigo. No es un soñador que danza sobre ilusiones, sino un profeta que nos interpela a la acción. Aunque parezca casi imposible que en el desierto se desate el aguacero, o que flores broten del polvo seco de las estepas heladas, el profeta confía y sabe, lo sabe con el corazón, que las nubes están próximas a dejar caer al Justo (Cf. Is 45,6-8). El profeta nos invita a descubrir una realidad de otro mundo posible.
Urgente llamado a la Esperanza
El profeta actúa como un imán que atrae las buenas nuevas, como un trueno que retumba y aglutina otras nubes, otros cielos, otros vientos para que se junten y dejen caer su rocío de la redención. Juan tiene la certeza de la venida del Mesías, y nos sigue señalando la dirección correcta. Somos llamados a ser "Juanes y Bautistas’", repitiendo la misma voz: "Preparen el camino del Señor, enderecen los senderos" (Lc 3, 4).
Ante la pregunta "¿Qué debemos hacer?"(Lc 3, 10-18), Juan es muy claro: practicar el derecho, implantar la solidaridad, hacer de la hospitalidad una norma, establecer la justicia y hacerla carne. Vital es recordar que de una u otra forma, todos fuimos alguna vez migrantes del desierto, que nuestros padres y abuelos cruzaron mares y soledades, atravesaron guerras. La historia del pueblo judío es, de alguna manera, la historia de la salvación de toda la humanidad: esclavos y vendidos, sometidos, exiliados, migrantes, desterrados y desplazados. ¿Es realmente tan difícil de ver? ¿Acaso no podemos comprender que, al final del día, las fronteras son construcciones artificiales y que las razas son meras pretensiones diseñadas para instaurar sistemas opresores? Por ello, los profetas nos recuerdan la importancia de tener un corazón de carne, un corazón humano y compasivo hacia el pobre, la viuda, el huérfano y el oprimido.
Urgente llamado a la Rectificación
Todos tenemos la oportunidad de rectificar, incluso los regímenes más crueles y nefastos, tal como lo sugiere el texto del Evangelio, cuando los soldados del imperio romano preguntan qué deben hacer. No esperan ganarse un cielo prometido a costa de fe y rezos, porque de las piedras puede Dios sacar hijos de Abraham. Se trata de instarla la justicia y de producir buenas obras como signo de arrepentimiento y cambio: compartir, rechazar todo acto de corrupción y dominación, instituir la solidaridad, evitar la desigualdad y arrancar de raíz toda iniquidad.
¿Podremos hacerle caso al profeta Juan? Tanto a nivel personal como comunitario, ¿podremos ser consistentes con estos signos que anteceden la llegada del reino? Porque el Adviento que vivimos en estos días no es solo un tiempo litúrgico; es cada día que "esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo". ¿Cómo vivimos este Adviento diario?
Urgente llamado a la Compasión
"No soy digno de desatarle las sandalias": una frase de Juan que sorprende. A menudo es interpretada como un signo de humildad, pues Juan no se predica a sí mismo como el Cristo. La gente piensa que tal vez, solo tal vez, Juan el Bautista sea el Mesías esperado. Pero Juan reconoce que hay otro tras él que ya viene. Y ese otro, él no merece desatarle las sandalias. Esta expresión también hace referencia a la tradición judía, donde desatar las sandalias simboliza un gesto de humildad y responsabilidad hacia los más vulnerables.
En la tradición judía, desatar las sandalias se asocia con el deber de un hombre de casarse con la viuda de su hermano, conocido como el levirato. Según Deuteronomio 25,5-10, si un hombre fallece sin dejar descendencia, su hermano tiene la obligación de casarse con la viuda para preservar su nombre y herencia. Si el hermano se niega a cumplir con esta obligación, la viuda puede despojarlo de su sandalia como un acto simbólico que representa su rechazo a asumir esta responsabilidad. Jesús, en cambio, decide calzarse la sandalia.
En el contexto del Evangelio de Lucas, cuando Juan el Bautista dice que no es digno de desatar las sandalias de Jesús, está expresando su profunda humildad y reconocimiento de la grandeza de Jesús. En el Evangelio de Juan, por ejemplo, Jesús se quita el manto durante la última cena y lava los pies a sus discípulos como símbolo de servicio y mansedumbre, y también como un símbolo de autoridad desde el servicio humilde y fraterno.
Jesús, el Mesías, es el hermano mayor que ha llegado para desposarse con la humanidad frágil y abandonada, con la pobre viuda que representan las sociedades vulnerables, las mayorías abandonadas y excluidas que viven en la periferia. ¿Seremos capaces de captar este mensaje? ¿Seremos capaces de proclamar a viva voz la profundidad de este mensaje de cambio y rectitud?