¡Gente llamada, elegida y amada!


La palabra vocación proviene del latín vocare, que significa “llamar”. En este sentido, cada llamado es una voz interior, personal y única. Una voz llena de bondad, una mirada atenta, que reconoce y acoge. En el Evangelio de Marcos leemos: “Jesús, fijando en él su mirada, lo amó” (Mc 10,21a). Esta mirada amorosa nos recuerda que, ante todo, Dios nos ama. Como el joven del Evangelio, somos mirados con ternura e invitados a ir más allá. Sin embargo, en la sociedad actual, ese amor puede ser difícil de reconocer, ocultado por la indiferencia, el sufrimiento o las distracciones de la vida moderna.
Aun así, la voz de Cristo continúa resonando con suavidad y constancia: “Ven y sígueme” (Mc 10,21b). Este es solo el primer paso del llamado. Dios nos elige porque ve en nosotros la capacidad de amar y de servir, no porque seamos perfectos. Esta elección puede incluso sorprendernos, como le sucedió al profeta Jeremías: “Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir” (Jer 20,7). Pero cuando respondemos a esa invitación divina, nuestra vida adquiere un sentido más profundo.
Jesús también nos recuerda: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe trabajadores a recoger su cosecha” (Mt 9,37-38). Estamos llamados a orar con fervor por las vocaciones y a crear, con nuestra presencia, un ambiente donde las personas se sientan libres de preguntar: “Señor, ¿qué quieres de mi vida?”, y donde el discernimiento sea promovido y acompañado.
La Sociedad de Misiones Extranjeras de Quebec (SME) nos ofrece ejemplos concretos de personas (amigos, asociados y miembros de la SME) que han respondido con generosidad y fe a ese llamado. El padre Juan Bautista Prak Bunhong, de origen Bunong de Camboya, une su fe católica con las costumbres ancestrales de su gente para vivir plenamente su vocación. Su testimonio evidencia que ser elegido no implica perder nuestra identidad, sino encontrar nuestra plena esencia en Cristo.
(https://www.smelaval.org/temoignage-missionnaire-du-pere-juan-bautista-prak-bunhong.html)
Los laicos igualmente son esenciales para la misión y tienen su propio llamado. Irma Porma colaboró con el padre Frank Bélec, PMÉ, en Chile, acompañando al pueblo Mapuche con humildad y compasión. Su historia confirma que la vocación no se limita al sacerdocio o la vida consagrada; nace del deseo de amar y de servir.
(https://www.smelaval.org/temoignage-irma-porma.html).
Todos y todas somos llamados, elegidos y amados. Oremos, apoyémonos mutuamente y caminemos juntos, para que muchos puedan escuchar este llamado… y se atrevan a responder con generosidad.