LOS 3 FRANCESES Y UN 4E


Tres santos, dos canonizados, uno que será canonizado dentro de poco. 
Un jesuita, un obispo, un papa. 
Los dos primeros: misioneros activos, el tercero también, a su manera. 
Indiscutiblemente tres hombres de Dios de palabra y obra.
Pero, como todos los seres humanos, los tres santos no carecen de ambigüedad. 

Francisco Javier, un español de muchas virtudes admirables, es ampliamente conocido por su celo misionero, pero en absoluto por haber cuestionado la colonización genocida practicada por la España católica de su tiempo contra las naciones del Nuevo Mundo. Y aunque ayudó a cambiar la vida poco cristiana de algunos portugueses en su viaje a Goa, fueron los portugueses los que realizaron sus viajes misioneros a Asia. 

El rey portugués tenía entonces todos los poderes, incluido el de tomar posesión de las tierras que sus carabelas descubrieran en su camino, así como el de esclavizar a los habitantes de esos lugares. Estos poderes habían sido literalmente y graciosamente concedidos a este rey nada menos que por el Papa. Dios sabe cómo los usaron los portugueses... Los usaron tan bien como los españoles en el "Nuevo Mundo", al otro lado del planeta. (Nótese que, hasta hoy, en la memoria de los chinos, "portugués" es sinónimo de "pirata" y "ladrón de niños"). 

 ) En sus sermones, el buen Francisco Javier debió de tener algunas buenas palabras para sus voraces portadores portugueses, pero probablemente no las suficientes como para enfatizarlas muy fuerte al celebrar su fiesta. Comió de sus manos. Su vida, su sustento, todo dependía del buen gusto de quienes lo llevaban de un lugar a otro. 
Ocurre que la Misión, la Iglesia e incluso el Evangelio son muy dependientes de los poderes y están fuertemente influenciados y sesgados por ellos. .... 

2- François de Laval, primer obispo de Nueva Francia (es decir, del Canadá francés). Nació 30 años después de la muerte de Francisco Javier y fue bautizado con el mismo nombre. También a él se le recuerda como un gran santo heroico en todo tipo de virtudes. Pero era bastante aristocrático, y como tal, bastante autoritario. Su teología y espiritualidad estaban marcadas por el jansenismo. El jansenismo fue un movimiento de reforma y renovación en la Iglesia francesa del siglo XVII, como reacción al laxismo de la época. En este movimiento se recuperó el "temor de Dios", la penitencia, el espíritu de sacrificio, la austeridad y algo así como el culto al sufrimiento. 

Pocas personas podrían salvarse. Todo el placer era sospechoso y el pecado se veía por todas partes. El jansenismo bonachón de François de Laval, (que fue profundamente acentuado por su sucesor, Jean-Baptiste de St-Vallier), marcó en sus raíces la religión de los quebequenses, una religión de abundantes virtudes, pero también de miedo, obediencia y penitencia. Una religión de santos, sin duda, pero de santos poco proclives a correr el riesgo de la libertad de Jesús.  

3- Francisco, el actual Papa, de Argentina. Una persona magnífica que hasta ahora ha dado mil muestras de su deseo de devolver a la Iglesia a los caminos del Evangelio. Su éxito, sin embargo, es desigual. Quiere acabar con los odres viejos de los que habló Jesús, pero él mismo está atrapado en esos odres viejos. El odre viejo, hay que decirlo claramente, es la propia Iglesia como institución. Muchas cosas, muchas cosas, en la institución no se corresponden con el Evangelio de Jesús. Son más bien la negación de la misma. Y sin embargo, el Papa Francisco es la "piedra angular" de esta institución. Dentro del odre, es audaz, pero sin tocar realmente el odre.  Y sin embargo... 

Añado un cuarto Francisco, el de Asís, cuyo nombre ha tomado el Papa. Este cuarto Francisco se ha atrevido a reventar los odres viejos, mucho más allá de las palomas, dando la espalda de lleno a los sombreros rojos, las mitras y las columnas del Vaticano... 



Eloy Roy 


FRANCISCO DE ASÍS ROMPIÓ CON SU VIEJO
(o sea con el “sistema”…)
 
Una historia para el 2022
 
Francisco no nació santito. Era hijo único y mimado de Doña Pica Pica, una mujer piadosa que lo llevaba a misa y al catecismo. El muchacho era muy inquieto, travieso, cariñoso, un poco payaso y pícaro. En el pueblo, todos lo querían. Más grande, le gustaba carnavalear, cantar,  bailar y tocar el charango local. Tenía una barra que era una clase de banda de sikuris al estilo italiano, pues él era italiano.
 
Era también bastante gaucho. Le encantaban los caballos y le gustaba pelear. El fútbol de entonces consistía en hacer guerras, sí, guerras verdaderas, entre pueblos vecinos. Una vez le tocó ir a pelear contra los de Perugia y perdió la batalla. Lo tiraron a la cárcel.  Durante un año convivió con los piojos en un calabozo que era como una tumba. Salió de allá traumatizado y, desde entonces, no quiso saber más nada de la carrera de milico. La lucha interior que lo llevó a esa conclusión había sido tan fuerte que al jóven se le rompieron los nervios.
 
Esa depresión, sin embargo, lo hizo madurar. Al parecer, la oruga que dormía en él (todos y todas tenemos una oruga por dentro) se estaba haciendo mariposa. Sus ojos iban descubriendo que la vida no era joda nomás. Nunca antes se había fijado en cómo era la realidad fuera de su cuna de oro de joven rico. En todas partes no se veía más que injusticia,  violencia, robos, hambre, enfermedad,  odio, venganzas, chismes, denuncias y una pobreza espantosa. Unos pocos eran muy ricos, mientras otros muchos pasaban las de Caín. Francisco se horrorizó tanto que se olvidó por completo de sus fiestas y se puso a visitar los ranchitos (los tugurios) buscando  cómo podría cambiar las cosas.
 
Para agarrar fuerzas, se refugiaba en la Naturaleza con los animalitos, los pájaros, las flores. Hablaba con ellos. Veía al Sol como un Padre y a la Tierra como una mamá. Dios había llegado a ser todo para él. Veía a Jesús como la propia luz de Dios penetrando su cerebro, sus manos, sus pies  y hasta el centro de su corazón. Tenía la impresión a veces que Dios mismo le hablaba por dentro. Francsico lo escuchaba en silencio y, conversaba con él… De esas conversaciones le nacía la inspiración para realizar acciones sorprendentes por las que,  aún después de 800 años, el mundo entero lo sigue admirando.
 
Había por allí una capillita en la que unos pobres se reunían para animarse unos a otros en torno a un padrecito humilde quien compartía la Palabra de Dios con elles.  Esa misma capilla estaba descalabrada y casi a punto de caerse. A Francisco le dio lástima. Un día, aprovechando el que su papá, un negociante en telas de lujo, andaba afuera por razones de trabajo,  el jóven  se coló en la tienda familiar, vendió un montón de telas muy caras, y llevó las ganancias al padrecito de la capilla para que la reparara. El curita se puso muy contento, pero al enterarse de dónde Fancisco había sacado esa plata, no la recibió. Le explicó que una persona, una capilla, una iglesia o una sociedad en ruinas no se levantaban con plata robada y que Francisco, sin demora, debía devolverla a su papá.
 
Mientras tanto, el papá había vuelto a casa. Al descubrir la fullería de su hijo, quiso matarlo. Agarró un palo grueso y revolvió todo el pueblo buscándolo, pero no lo encontró. Nadie sabía dónde estaba.   En realidad, los pobres de la capilla, habiendo oído del regreso del padre y de la furia con que estaba buscando al hijo, lo habían escondido en un recoveco desconocido aún de Dios.
 
En  su desesperación, el viejo pidió la intervención del obispo. (Los obispos, en esa época, hacían a menudo las veces de jueces). El obispo, entonces, dio una orden para que, al día siguiente,  Francisco se presentara al obispado junto con el padre. Entonses, los amigos de Francisco lo sacaron de su tapera y, al día siguiente, el joven, con  la bolsita de plata en mano, llegó a la casa del obispo temblando de miedo. El papá ya estaba allí esperándolo.
 
Ni bien vio a su hijo, el viejo armó un escándalo que hizo ladrar a todos los perros del vencindario.  El hijo, poniéndose a cubierto detrás del obispo, pidió perdón a su papá y, tirando a sus pies la bolsita de dinero, le dijo:” Papá, ¡aquí está tu plata!” Luego se desnudó por completo y, tirando hacia el padre la ropa que llevaba encima, le dijo: “Tomá también esas prendas que vienen de ti. Te las devuelvo. ¿Ves? Ya no te debo más nada.”  Desnudo como un gusano, agregó una palabras que más o menos se podrían interpretar así: “Papá, te he pedido perdón de corazón, pero el problema con vos es que soñás con que yo me haga platudo como vos,  amontonando cada vez más plata y más poder, sin jamás tener en cuenta a  la gente que ni tienen para comer. Estoy en contra de ese sistema de ricos muy ricos que se están haciendo dueños del mundo. Por la ceguera de ustedes y por su dureza de corazón, son ustedes los causantes de la pobreza, del hambre, de la angustia, de la desesperación y de la miseria de tantísima gente. No me importa que me veas como loco, subversivo, irresponsable o terrorista, pues ya no te pertenezco más. Me entrego por siempre a Jesús, al Jesús de la justicia, al Jesús de la libertad, al Jesús de la bondad y del amor.  De ahora y en adelante, Jesús será mi único Señor y mi único camino. Y los pobres que son los amigos de Jesús, serán para siempre mis hermanos de carne y sangre.”
 
Al borde del patatús, Don Pedro se tapaba los oídos para no oír. Rezongaba como oso y, apretando  con ambas manos la bolsita de dinero, se mandó a mudar. Cuando Doña Pica Pica se enteró de todo, lloró un océano de lágrimas… Por su lado, Francisco se tapó con una muda de yute que le alcanzó el obispo. Era una clase de trapo con que vestían los campesinos más pobres. Ya, para él, había terminado el circo y comenzaba la vida verdadera.
 
Fue así como Francisco, hijo de Pedro Bernardone de Asís, comenzó una  vida nueva. Una vida dedicada enteramente a devolver su dignidad y sus derechos a los nadies, o sea a los últimos de la Tierra.  Era aquello una verdadera revolución lo que Francisco emprendió en pos de Jesús,  una revolución desde los pobres y con los pobres, no con  armas, ni con plata robada, ni con migajas caídas de la mesa de los ricos, sino con una libertad y un amor siempre alimentados por la libertad y el amor de Jesús de Nazaret.
 
Desde un principio, Francisco había realizado que no podía hacer nada solito. Entonces, de a poco,  fue juntando jóvenes que compartían el mismo  proyecto con la misma motivación. Muy pronto esos jóvenes se contaron por miles.
 
Hoy en día, el proyecto sigue en pie. Mientras quede en el mundo un solo pobre, la revolución de Francisco de Asís no se acabará. Por cierto, la resignación, la corrupción y la traición de muchos de nosotros, los cristianos, no ayudan; pero entre nosotros los hay también que, animados más o menos por el espíritu de Jesús y de Francisco,  trabajan de verdad para cambiar las cosas.  Éstos son la bendición del mundo y el porvenir de nuestro planeta.
 
Va mi ánimo a todas las personas que lean ú oigan las presentes letras. Reciban todos y todas un abrazo inmenso con todo cariño y muchos besos.
 
                                                          Desde Canadá, el 25 de septiembre del 2022
 
                                                                              Eloy Roy